REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DEL DÍA
VIERNES 11 DE ABRIL
Evangelio según San Juan 10,31-42
Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. Entonces Jesús dijo: “Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?”. Los judíos le respondieron: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios”.
Jesús les respondió: “¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada-¿Cómo dicen: ‘Tú blasfemas’, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí.
Muchos fueron a verlo, y la gente decía: “Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad”. Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Palabra del Señor
Comentario
Este grupo de judíos no acepta que Jesús se arrogue el título de Dios e intentan matarlo. Es que Jesús es demasiado humano como para responder a la imagen del Dios Todopoderoso que ellos tenían interiorizada de Dios.
En todos nosotros hay imágenes de Dios que se han ido formando en nuestro interior desde nuestra infancia. Son el fruto de lo que hemos escuchado y vivido, fundamentalmente en nuestros hogares y entorno.
Cuántas veces nos enojamos con Dios porque no respondió a las expectativas que teníamos puestas en él, esperanzas que se corresponden a la imagen que teníamos incorporada de Él.
Tenemos que tener presente que todas nuestras imágenes de Dios están llamadas a evolucionar, a crecer, a convertirse. En primer lugar, porque ninguna imagen puede contener a Dios, y en segundo lugar porque muchas de esas imágenes son fruto de nuestras neurosis, de nuestras obsesiones, de nuestras necesidades insatisfechas, que no hacen más que alejarnos del Dios de Jesús.
Por eso cuando nos desilusionemos de Dios, no dejemos de buscarlo. Esa desilusión nos permitirá despojarnos de nuestras falsas imágenes de Dios y ahondar en el conocimiento del Dios que se nos revela en Jesús.
P. Agustín